Blogia
Anouk me importa

- xvi - El olor negro y los colores

- xvi - El olor negro y los colores Este mediodía sigo leyendo a Meden, espiándole sus motivos:

...Desde lo más alto de lo claro, la cima de la vida, la idea de la muerte con su tentación a lo oscuro puede acercarse sin demasiado miedo a ser descubierta. Estamos a un paso de entrar en los sótanos de lo turbio. El sexo profundo, el que aún está esperando a los actos, está instalado en la imaginación, es dueño y pide mucho. Siempre parece hambriento. A pesar de que Lucía y Lorenzo, en su vida real, podían sentirse satisfechos el uno del otro, pensé que ante ciertas ofertas ficticias (fuera de casa) su sexo no pararía de fantasear (por separado) y de provocarles preguntas que sólo podrían responderse a solas. De esta posibilidad de identificación con otros personajes y situaciones, siempre en secreto, surge el siguiente sentido que cobró el sexo: el de las fantasías inconfesables, descontroladas, irracionales, el libre instinto, y los supuestos. ¿Qué harías si....te gustaría que...si nadie más se enterara?. Éste es realmente el material que maneja el escritor, pero...¿hasta donde se le permite vampirizar vidas ajenas?... y, ¿cuánto poder está dispuesto a otorgar a su ficción para provocar a la realidad, yendo detrás de ella para intentar que se comporte según lo que ha escrito?... Hablo de afectar con su proceso de escritura en la vida de otras personas. Delicada esta necesidad ciega de encontrar una buena historia, más aún si él mismo se expone entrando en el juego.

Es martes por la tarde y acabamos de dejar a su hija en la piscina. 'En el rato que estuviste dentro con Sandra yo vi a un hombre', le digo.

Nora: ¿A quién?

Yo: No sé cómo explicarte pero cuando le conocimos estábamos juntas.

(Nora pone cara de extrañeza)

Yo: Fue un día en esa cafetería de la esquina que antes era una tienda de deportes.

Nora: ¿La cafetería donde tomamos el café el día que tuviste aquella aventura en el hotel?

Yo: Sí, la misma. Pero no fue ese día, ni tampoco aquel otro día que te dije que si veía pasar al padre de Anouk saldría a la calle y le espetaría: ¡Eh tú, tienes cara de aburrido y yo para que te enteres no llevo bragas!

Nora: Calla, calla. Menos mal que no hiciste aquello.

Yo: No lo hice porque no le vimos. ¿No te acuerdas?. Pero si llega a pasar lo habría hecho. Puedes estar segura (sonrisa perversa)

Nora: ¡Qué loca estás!. ¡Calla!.

Yo: Tal vez pero allí le conocimos... una mañana

Nora: ¿Pero cómo es?.

Yo: Pues, no sé decirte. Creo que se parece a otro hombre. Sí, eso fue lo primero que me confundió de él aquel día. Creo que es alguien que luego no es...

Nora: Bueno, ¿y qué ocurrió cuando le viste hoy?.

Yo: Pues algo semejante. Nos miramos y tuve la sensación de que a él le sucedía un poco lo mismo, sólo que hoy salía del edificio en compañía de su mujer y sus hijos.

Nora: ¿Y te quedaste observándole luego?

Yo: Sí.

Nora: ¿Y él se volvió para mirarte?.

Yo: Sí.

Nora: ¿Y le buscarás?.

Yo: No lo sé. Me siento como cansada. Como si estuviera cansada de siempre ser yo la que hace todos los esfuerzos. Me da pereza. Me está apeteciendo quedarme sólo a esperar por las cosas que ocurren. Será la inercia. Será que me he contagiado de la inercia que mueve el mundo.

Y Nora y yo nos ponemos a hablar de Enol, y del doctor 'R'. Y entonces recuerdo por qué he pretendido hilvanarla a ella en mitad de esta historia (uno de los motivos... 'se ha caído por el agujero final de un cuento'). Recuerdo que Nora le cuenta al doctor 'R' en la primera mañana de regreso al trabajo que lo más extraordinario que le ha sucedido durante sus vacaciones ha sido nuestro encuentro como 'Moshes'

Es el día que elegimos para probar la comida hindú. Y cuando llegamos a la ciudad de Enol todavía no huele ni a curry ni a olas, y paseamos por sus calles interiores, y nos tomamos un Canei que nos entona en una terraza próxima las termas romanas y allí el olor salobre se nos aproxima y luego yo propuse que echáramos a andar en dirección contraria a la del restaurante Indio. Aún era temprano pero Nora no quiso que entráramos en el único bar en el que yo sentí deseos de detenerme porque estaba atiborrado de hombres y de miradas de hombres vulgares. Tampoco era algo imprescindible así que seguimos caminando con la intención de llegar vete tú a saber dónde. La sensación era la habitual, la de dejarse ir y de pronto ella me agarra por el brazo y me dice: ¿Tienes un bolígrafo?. Y yo voy buscando, voy buscando no sé qué con la mirada pero no he visto nada y por eso no entiendo lo qué ocurre. Íbamos hablando de follar con la mente y de la última vez que habíamos hecho aquel mismo recorrido por la avenida de la playa. Nora me invitó a ir con ella a una conferencia que daba su psicólogo en un centro cultural de la zona y recuerdo que para la ocasión se había comprando un libro de Rosa Montero... a ver si hago memoria, un segundo... sí, creo que era 'Crónica del desamor'. Y yo me animé a asistir porque tenía muchas ganas de verme otra vez con Ismael, el hombre que me mostró el único secreto de la vida que merece la pena saberse. Una noche, en un encuentro de crecimiento personal, sobre un encerado de color verde aceituno.

En una cabina un hombre alto y negro que sujeta cerca de su oreja un teléfono hace gestos con la mano libre en el aire como si escribiera. Y yo le digo a Nora que no con la cabeza, que hoy no tengo ningún bolígrafo precisamente porque estoy con ella y se supone que hemos venido sólo a estar juntas, y eso lo pienso pero no lo pronuncio. Y me quedo mirando como hipnotizada al hombre negro del interior de la cabina que sujeta el teléfono cerca de su oreja intentando comprender la situación real de lo que le sucede. Parece muy apurado y él también me mira a los ojos y Nora se dobla hacia el interior del bolso como si estuviera desapareciendo por él de la escena, porque mi cerebro se ha puesto en marcha y procesa cosas tales como que los negros huelen diferente a los blancos. Se lo he escuchado a mi abuelo hace un siglo, fue cuando navegó por el Amazonas hasta Belén años antes de morirse, pero eso nunca tuve la oportunidad de comprobarlo y hacía escasos días Rachel lo había escrito, lo recordaba:

Los africanos que vienen a este locutorio huelen muy bien. Siempre he soñado con tener la piel más oscura, con ser más morena, con tener la piel marrón y tener la piel perfumada como la de un africano. Los blancos apenas tenemos olor, apenas tenemos sabor. La piel blanca es desabrida y sosa. Supongo que por eso me tumbo al sol como si fuera una lagartija, porque quiero tener otro color de piel, quiero ser más africana que europea...23/08/2004

Por eso cuando Nora le tiende el boligrafo al africano y él le pide que sea ella misma quien pase al interior de la cabina y tome nota y Nora me mira, me mira como si no supiera lo que hacer pero decidida a seguir ayudándole, yo que ante todo lo que quiero es O-L-E-R, prácticamente le arrebato el bolígrafo de las manos y la empujo hacia atrás apartándola. 'Tú, tranquila. Deja que entro yo'. Y ya se ha puesto en marcha ese mecanismo implacable donde uno vive las cosas sólo para luego poder escribirlas. Dónde existen los sucesos sin sentimientos, o los sentimientos se trascienden, o se subliman o se olvidan y sólo importa la experimentación.

¿Sí? -digo mientras aspiro hasta la última mólecula de todos los olores que se resumen en la cabina: restos de un perfume de mujer que no distingo, son petalos de flores , y salitre y también iodo, el mar está a escasos metros, y lluvia, la que se presiente en el aire por venir, y quizá el estaño de un soldador y una naranja que se ha podrido y orín y un aroma extraño que me recuerda a Antonio. Y ya lo sabía yo. Antonio era un blanco que olía a negro.

Una voz de mujer al otro lado: Tome nota del número de cuenta que voy a darle.

El africano me ha puesto también en la mano junto con el bolígrafo de Nora un sobre muy escrito. Busco una esquina libre y comienzo a apuntar un número tras otro mientras los voy repitiendo en alto. Llego a la esquina y dibujo una flecha para indicar que la serie sigue ... Termino y le repito de una vez todos los números. Es correcto y Nora me parece terriblemente pálida al lado de ese hombre oscuro. Le cedo el teléfono y le pongo el sobre y el bolígrafo en las manos mientras le huelo a él como una autómata , y es cuando me siento un poco aturdida de haber estado respirando con tanta intensidad y concentración. Salgo y suspiro y me relajo y no sé que me dice Nora pero es algo corto y no puedo pedirle que me lo repita porque el hombre oscuro vuelve a tocarme en el hombro y me pide que pase otra vez al interior de la cabina y que me haga cargo de la conversación. Lo ha dejado todo en mis manos. Hay que ir a la sucursal de un banco a ingresar una cierta cantidad, eso no importa.

Vamos a ver -le digo entonces a ella haciéndome cargo- voy a explicarle cual es la situación. Este hombre es extranjero y no conoce esta ciudad y yo no puedo ayudarle porque soy una visitante y tampoco la conozco. Me ha detenido por la calle cuando pasaba al lado de esta cabina telefónica y ahora hablo con usted que me dice que hay que ingresar un dinero en una cuenta pero que no es capaz ni de indicarme el nombre exacto del banco.

La mujer al otro lado del teléfono: Sí, él sólo debe ir ingresando lo que buenamente pueda en el central hispano o el santander, en cualquier oficina.

Bien señorita pero estoy segura de que usted esta sentada en estos momentos frente a una pantalla de ordenador así que si no le importa consúltelo y facilítenos una dirección porque acabo de decirle que no conocemos la ciudad y para usted desde ahí tiene que resultar muy sencillo. -parezco enfadada, en realidad me estoy impacientando, es como hablar con alguien programado, con una computadora que no atiende a razones.

Pero ella dice que no, que eso no puede hacerlo de ninguna manera y yo oteo la calle buscando un rostro que se acerque a lo lejos, un rostro que me llame, que me diga algo, entre las gentes que transcurren por detrás de los rostros expectantes de Nora y el hombre negro que permanece con los brazos caídos en estado de reposo a su lado. Y hay un hombre, el rostro de un hombre moreno que se perfila entre los otros cuerpos y rostros de individuos desdibujados y le hago un gesto al africano para que se haga cargo del teléfono y yo me dirijo a ese hombre cuyos ojos me miran con interés pero que también observan con cierta inquietud el panorama que se cierra a mis espaldas. Estoy con una mujer blanca y perfumada, como yo misma y con un hombre de raza africana y olor negro.

Y él desconfía, como es lógico, pero yo le explico la composición de imágenes en un instante: 'Mire, nosotras pasabamos por aquí y él nos pidió ayuda. Resulta que este chico debe ingresar un dinero en este banco (le señalo la nota que he tomado). ¿Podría usted indicarnos como llegar?. Y entonces el hombre se tranquiliza y creo que hasta me toma del brazo y Nora y nuestro amigo también prestan atención a lo que dice y él me señala un edificio de tres plantas, me hace verlo a lo lejos y me dice que tenemos que doblar por allí hasta llegar a una plaza que Nora por suerte conoce y que el banco que buscamos está allí mismo, en una esquina. Y los tres le damos las gracias y nos ponemos en marcha y Moshes que se llama así intenta quitarme el papel de las manos, pero yo no le dejo porque le explico que quiero anotarle mejor los números. Y nos cuenta que lleva cinco años en España pero viajando y que ha estado en Barcelona y en Bilbao y habla perfectamente nuestra lengua, aunque dice que no tanto como para manejarse con seguridad con los números. Y nos pregunta que de donde somos y yo le contesto mientras nos dirigimos hacia nuestro destino con un ritmo trepidante. Le digo que somos de otra ciudad cercana y que hemos venido hacer unas visitas, y le oculto lo de la comida aunque he estado tentatada de decirle la verdad pero hace unos metros he acertado a preguntarle a Nora si le importa que le acompañemos y aunque me ha dicho que no, 'porque de todas maneras ya lo estabamos haciendo aunque a ella le importe', mi amiga me ha mirado pálida, más pálida aún si cabe, y su aspecto era tan espectral que me ha parecido una muerta que me habla desde Comala. Y Moshes camina a mi lado y yo camino al lado de Nora que luce su tez transparente, más blanca que nunca y la gente nos mira, sale hasta por las puertas de las cafeterías para mirarnos como si fuéramos personajes de un video de zoombies de Michel Jackson y por las ventanas también nos miran con esas miradas con las que se mira a los negros que se atreven a manchar con su oscuridad la compañía de las mujeres blancas y yo ni siquiera me lo puedo creer, no me puedo creer que esté habitando un mundo de mentes tan obtusas y subdesarrolladas y Moshes ahora me pregunta si puede visitarnos a nosotras cualquier día de estos y yo le digo que no, y él se sorprende porque entonces ya sí que no le encaja nada y le explico que yo vivo montada sobre el instante y que nunca sé lo que voy a hacer en los próximos cinco minutos. Y él me sonríe y dice que comprende, y luego dice que vivo como los profetas, que soy una profeta pero yo le digo que no, que se equivoca, que en todo caso vivo como los locos y que soy una loca. Y él se sorprende aún más por mi respuesta, y supongo que en su cultura lo de la locura debe ser algo así como una enfermedad muy grave, pero aquí no es así, ¿o sí?. Yo creo que no, que eso de estar loco aquí lo afirmamos todos, en un momento dado, con cierta gratuidad. Ahora bien, al segundo la cosa se pone mucho más grave cuando comenzamos hablar de lo que es normal o no es normal. O sea que cuando alguien dice acerca de ti: 'es que no me digas que eso es normal', o te asevera: 'Tú no eres normal', entonces ya nos hemos colado por el hueco del infierno y los pecados, y claro no nos vamos a salvar. Somos un caso crónico y estamos perdidos. La 'a-normalidad' es un carcinoma para esta sociedad y se acabó toda presunción de inocencia. Aunque yo le digo a Moshes que no se preocupe que sólo estamos jugando con las palabras y que tanto 'El profeta' como 'El loco' son sólo bonitos textos que un día escribió Gibran pero Moshes no es muy distinto a los demás; quiero decir que está tan cargado de prejuicios como todos nosotros y no es capaz de asimilar que sólo seamos españolas y que no queramos nada de él, que no persigamos ningún fin. Él me dice una vez y otra que no lo parecemos, que a él le parece imposible. ¿Y por dónde nos sitúas?, le pregunto. En Holanda, holandesas, dice. Y yo miro a Nora y en realidad pienso que sí, que así tan pálida y desvalida es como una metáfora poética de la Nora que yo conozco y se asemeja mucho a una muñeca de porcelana que me trajo mi abuelo de Holanda cuando era pequeña. Y le contesto a Moshes: 'Claro, no me extraña...'.Y Nora se ruboriza, y ahora sí que Nora es como un tulipán. Pero Moshes me saca del error, y dice que es por todo, por la forma de ser, por la ropa incluso, por los colores más que nada. Y yo bajo los ojos y me miro y pienso en 'La mujer difícil' de Irving: pues nada, me digo, será que voy vestida como una prostituta de escaparate (parte de la acción de esa obra transcurre allí) y nos damos la mano porque hemos llegado a la puerta del banco y Nora también se despide de él. Y por cierto, ahora me entero de que fue Kim Basinger quién protagonizó esa película, 'La mujer difícil'. ¿Merecerá la pena verla?. El libro me gustó. ¿Recuerdas?. Era en él, dónde se decía aquello del amor y la risa y se citaban esos versos de Yeats que yo en mi ingenuidad creía que tú podrías comprender.

Si yo tuviera telas bordadas de cielo,
tejidos con oro con plata y con luz.
Transparentes telas de un azul sereno,
de noche, de luces y de amaneceres.

A tus pies pondría todos mis tesoros,
pero en mi pobreza poseo tan solo,
los sueños que a tus pies extiendo,
pisa suavemente, que pisas mis sueños.

W. B Yeats


.

0 comentarios